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  • Writer's pictureIvana Raschkovan

SEMANA MUNDIAL POR UN PARTO RESPETADO 2020 - Mi decisión debe ser respetada




Parir vaginalmente después de cesárea (y en pandemia)


¿Por dónde se arranca a escribir un relato de parto? ¿Cuándo se supone que comienza el trabajo de parto? Esta última pregunta se la hice a la partera cuando estaba en pleno viaje a planeta parto a pocas horas de parir. Ella me respondió: cuando arrancan las contracciones rítmicas cada cinco minutos. Bueno, claramente un relato de parto comienza mucho antes, pero ¿dónde? o mejor dicho ¿cuándo?

Con mi primer hijo no tuvimos un parto ni un nacimiento respetado. Nació por cesárea, que bastante tiempo después pude resignificar como innecesaria y producto de una cadena de intervenciones también innecesarias. Lisa y llanamente lo que hoy se conoce como violencia obstétrica. Pero en ese momento yo no sabía nada de eso.

Siempre supe que quería volver a ser madre y estaba convencida de mi deseo de buscar un parto vaginal después de cesárea. Durante todos estos años que pasaron hasta la llegada de Vera, me informé, leí investigaciones, libros, grupos, relatos de parto. Cuando nos enteramos que estaba embarazada, comenzó la búsqueda de un equipo que apostara, que creyera (no solo que “acompañara”) que un parto después de cesárea es lo mejor, como lo aconseja la OMS y que trabajara, lo cual va absolutamente de la mano, desde la concepción de parto respetado.

En esa búsqueda comencé yoga para embarazadas y me conecté con la panza. La pelota y la soga fueron mis grandes aliadas en este camino de hacerle lugar y abrirle paso a mi bebé. Hacia el final del embarazo tuvimos varios encuentros con Clara Baffa, nuestra doula que nos brindó una gran caja de herramientas que fueron claves para transitar el trabajo de parto y el parto. La idea inicial era que ella nos acompañara en casa durante el trabajo de parto y luego en la institución. Esto finalmente no se pudo.

Semana 34 decidimos cambiar de obstetra. Comenzó una nueva búsqueda (nada más lejos de mi deseo que iniciar un casting de obstetras a mes y medio de parir). Pero por algo se dan las cosas y en ese camino varias personas a quienes respeto y estimo nos recomendaron conocer a Juan Pablo Sojo. Tuvimos una entrevista y decidimos con mi marido que iba a ser él quien nos iba a acompañar para recibir a Vera.

Hete aquí que en ese interín el mundo cambió de golpe y sin aviso: un virus mortal azota en las calles, entramos en cuarentena. Gran parte de lo que habíamos planificado para recibir a nuestra bebé empezaba a tambalear. La doula ya no podía venir a acompañarnos en casa durante el trabajo de parto, mi mamá que iba a cuidar a mi hijo cuando fuéramos a parir ya no podía venir desde Rosario, los turnos de control del embarazo se comenzaron a suspender. Primero me desesperé, me angustié, me enojé, me asusté y después de todo eso y con el sostén de mi compañero dijimos, esto es lo que hay. Cuando la doula (ya por viedollamada, porque los últimos encuentros fueron virtuales) nos dijo que no iba poder venir para el día del parto, lo miré a mi marido y le dije: ¿cómo te ves de doulo? En ese último mes leímos mucho, le pasé el libro de Michelle Odent, mientras yo leía a Ibone Olza que me daba aliento y confianza a través de sus páginas.

Habíamos visto a Juan Pablo una sola vez, porque los turnos siguientes en la clínica se habían suspendido. Le pedimos hacer una videoconsulta para sacarnos dudas y vernos aunque sea por cámara, no quería que la segunda vez que nos viéramos fuera en sala de parto. Además de responder pacientemente todas nuestras preguntas y traernos tranquilidad, nos dio un consejo que nos sirvió mucho: olvídense de lo que sucede afuera y conéctense con Vera. Fuimos obedientes. Yo dejé de leer los diarios y de entrar a las redes sociales, sólo lo hacía para buscar relatos de parto. Volví a leer varios de los relatos que ya había leído.

Se acercaba la semana cuarenta, sólo salíamos para el monitoreo semanal. Con mi marido nos mirábamos con los barbijos y no podíamos creer la película de ciencia ficción que estábamos viviendo. Me aterraba lo que escuchaba de instituciones que por la pandemia no dejaban entrar a los acompañantes durante el parto, que separaban a mamás y bebés por temor a contagios, que inducían partos o programaban cesáreas para evitar que los bebés nacieran durante el pico de la pandemia y muchas otras formas de violencia absolutamente innecesarias y perjudiciales. Todo nos traía mucha inseguridad, pero gracias a la contención de Juan Pablo y Nuria Leis (la partera, a quien por suerte tuvimos oportunidad de conocer y conversar aunque sea por videollamada antes del parto) pudimos quedarnos tranquilos porque nos decían que por ahora los protocolos no habían cambiado en la Trinidad, institución que habíamos elegido para parir.

En este contexto, el mayor duelo a elaborar fue que mi hijo no iba a poder estar con su abuela materna los días que íbamos a estar en la clínica. Por suerte pudimos resolver que el tío se se quedara con él.

El día que entro en la semana 39, a la noche comienzo con algunas contracciones rítmicas cada cinco minutos pero nada dolorosas. Sabíamos que podían ser de preparto, pero igual nos hacía ilusión que algo empezara a anoticiar que se acercaba la llegada de Vera. Durante las noches siguientes tuve contracciones rítmicas por varias horas, que después se espaciaban. En esas horas suspendidas en el tiempo preparamos un altar para Vera con fotos de la familia, velas y dibujos. Una de esas noches armé una lista de reproducción para escuchar en el momento del trabajo de parto. Así llegamos a la semana 40. La ansiedad iba en aumento: ¿y si pasaban los días y el parto no se desencadenaba? Habíamos hablado con Juan Pablo que podíamos esperar hasta la semana 41,5, todavía había tiempo y sabía que la ansiedad no era una buena aliada para la oxitocina. Todo el tiempo me repetía como un mantra: mi cuerpo sabe parir, mi bebé sabe nacer. Le escribí una carta a Vera, contándole que la estábamos esperando, cómo había cambiado el mundo en esas últimas semanas pero que nosotros estábamos listos para recibirla.

Semana 40,4, esa tarde fue el día de otoño más lindo que vi en mi vida. Era un sábado cálido y había un viento inusual, las hojas de los árboles caían como si les pesaran a los árboles. Recuerdo que quise grabarme esa imagen. A mí me pesaba la panza, sentí una contracción diferente, fuerte, dolorosa, intensa. Le dije a mi marido: esto no lo sentí nunca antes. Algo adentro mío se encendió. Esa tarde teníamos con Nuria una clase virtual sobre puerperio, la vi mientras planchaba ¿? entre contracciones.

A partir de ese momento las contracciones nunca frenaron, se fueron haciendo cada vez más seguidas y más dolorosas. Al principio cada media hora, luego cada veinte minutos, cada diez y hacia la noche cada cinco. Le avisamos a nuestro hijo que posiblemente esa madrugada o durante la mañana siguiente iba a nacer su hermana y que mientras estuviera durmiendo iba a venir su tío a quedarse con él. Me sorprendió la naturalidad con la que recibió el anuncio. Cuando venía una contracción mi marido-doulo me hacía masajes en el sacro para aliviar el dolor, León también colaboraba con la tarea.

Habían pasado poco más de dos horas con contracciones rítmicas y dolorosas cada cinco minutos, decidimos llamar a la partera. Eran la una y media de la mañana, me pregunta si ya había perdido el tapón mucoso pero le respondo que no. Me dice que había dos opciones, o que no sean contracciones de parto o que recién sea el comienzo, que me meta en la bañera y volvamos a hablar en dos horas. Termino de hablar con ella, voy al baño a hacer pis y cuando me limpio veo parte del tapón en el papel. Miro al inodoro y reconozco otra parte allí. Si bien adentro mío sabía que el trabajo de parto ya había comenzado, ver ese signo terminó por confirmarlo. Intenté meterme en la bañera pero la posición me resultaba muy incómoda, duré cinco minutos y salí. El mejor lugar era la pelota, que amortiguaba el dolor de las contracciones. Llamamos a mi cuñado para que venga a quedarse con León.

A las dos horas vuelvo a hablar con Nuria, le cuento que las contracciones iban en aumento y se estaban haciendo muy intensas, pero que aún así preferíamos seguir en casa. La idea era llegar a la institución con el trabajo de parto avanzado. Quedamos en que la volvía a llamar en una hora y que probablemente ya en ese llamado acordemos encontrarnos. Llega mi cuñado, León ya dormía así que se quedó en el cuarto con él.

Las contracciones empiezan a ser cada vez más dolorosas, me atraviesan, me parten al medio. En medio de una contracción grito: voy a vomitar! Mi marido atina a acercarme el tacho de basura. Sigo vomitando en varias contracciones, no había pasado una hora pero decidimos igual llamar a la partera. Quedamos en encontrarnos en una hora en la clínica. Ese tiempo se me hizo eterno; el viaje en auto de madrugada y la ciudad desierta fue de película, no podía creer que finalmente había llegado el día del parto.

Llegamos a la Trinidad junto con Nuria, que nos recibió con la misma calidez con la que nos acompañó durante todo el tiempo que duró el trabajo de parto y el parto. Cuando entramos a la clínica nos dicen que por los protocolos de Covid 19 tenemos que esperar al camillero para que nos lleve por un corredor seguro para embarazadas. Yo no podía mantenerme parada, me ofrecen silla de ruedas. Me siento pero con el barbijo no podía respirar, en medio de la contracción y en plena recepción grito nuevamente: Voy a vomitar! Otra vez me acercan un tacho de basura pero esta vez de residuos patológicos (era el que estaba más a mano). Vomito y trato de no pensar en si alguien infectado había tocado antes ese tacho ni de quién era el vaso vacío de café que estaba adentro. Nuria se enoja con el personal de la clínica y dice que no podemos seguir esperando al camillero, que vamos por nuestra cuenta a la sala de preparto.

Una vez allí me pide permiso para revisarme. Por su cara me doy cuenta de que todavía faltaba. Efectivamente me dice que estoy con cinco de dilatación, pero que Vera aún está muy arriba. Se me debe haber notado la desilusión (yo quería llegar con el trabajo de parto más avanzado) porque me consuela diciendo que por lo menos ya habíamos recorrido la mitad del camino. Me ofrece romper la bolsa para que Vera se termine de encajar. Pero le digo que prefiero esperar a que la bolsa se rompa sola. Si bien las contracciones ya eran muy dolorosas a esa altura, sabía que si me rompía la bolsa se iban a hacer aún más intensas, tenía miedo de no poder soportarlas y necesitar analgesia. Nuria amorosa, me responde que podíamos esperar siempre y cuando yo estuviera bien y Vera también. No había dormido nada esa noche y el cansancio me jugaba un poco en contra.

Trataba de transitar las contracciones pensando en que ese dolor me acercaba un poco más al momento de conocer a mi hija. Había leído que cada cuerpo produce naturalmente las contracciones que puede soportar, a diferencia de cuando se utiliza oxitocina sintética. También había escuchado que cada mujer gesta el bebé que puede parir. Me acordaba de las palabras de Clara, de no pelear contra el dolor sino de esperarlo y respirar entre contracciones para recibirlo oxigenada. En cada contracción Nuria y mi marido me hacían masajes, me tiraban agua caliente en el sacro y hacían la O conmigo, que a lo último ya no era una O sino un alarido animal.

Gracias a que el monitoreo era intermitente y que no me habían colocado vía, podía ir cambiando de posición para transitar las contracciones; sentarme en el banquito de parto y colgarme de la tela que había en la sala ayudaban bastante. Los momentos en que me acostaba para que la partera me tactara (que fueron pocos) o para que monitoreara a Vera eran una tortura, no podía soportar el dolor estando acostada. Nuria validaba mi dolor y mi incomodidad. Eso me reconfortaba. En un momento le pregunté si a todas las mujeres nos dolía igual, me respondió que no, que a algunas menos y a otras más. Saber que no era a la que más le dolía no sé por qué pero dio consuelo, creo que me hizo sentir acompañada. Trataba de conectar con las mujeres de mi familia que habían parido, mi mamá, mis tías, mis abuelas, mis bisabuelas; si ellas pudieron, yo también, pensaba.

Habremos pasado tres horas en esa sala, se suponía que yo debía llevar barbijo puesto pero no podía resistirlo, no me dejaba respirar. Cada vez que me lo ponía vomitaba, así que terminó de vincha. A eso de las nueve de la mañana Nuria me vuelve a hacer tacto y me dice: estás con ocho, vamos a sala de parto. Cambiar de ambiente ayudó, creo que me dio confianza, me hizo sentir más cerca de parir. Empecé a tener sensación de pujo. En el primer pujo se rompe la bolsa; fue como un estallido de alivio, significaba que Vera estaba muy cerca. Le pregunto cómo estaba el líquido y me responde que un poco turbio pero que no pasaba nada, que estaba todo bien.

A partir de ahí la sensación de pujo se hizo cada vez más intensa. En algún momento llegó el obstetra, pero no recuerdo cuando fue que entró. Todo es lagunoso en planeta parto. Estábamos los cuatro solos en la sala, las luces bajas y ellos dándome aliento. Recuerdo preguntar cuánto faltaba, necesitaba que me aseguraran que eso iba a terminar pronto. No puedo más les decía y ellos me respondían cada vez, sí podés, no falta nada. Duele mucho, grité en un momento y Juan Pablo me respondió, lo sé pero eso es porque Vera está saliendo. Nuria me pidió que le diera mi dedo, me hizo tocarle la cabeza a mi hija y me ayudó a sacarme la bata para poder ponerla en mi pecho cuando naciera. No lo podía creer, efectivamente estaba pariendo. Siento el aro de fuego: me arde, grité. Sabía que durante el aro de fuego no hay que pujar para no desgarrarse, pero no lo pude evitar. Pujé con fuerza, no sé si fue así pero sentí que Vera salió disparada. Juan Pablo me dice: listo, listo, listo, no pujes más, abrí tus ojos (no sabía ni que los tenía cerrados), hola mamá, agarrala a Vera. No lo podía creer, ahí estaba mi hija y había salido de adentro mío por el canal de parto. La puse sobre mi pecho, lloraba, estaba toda resbaladiza. En ese momento entraron una enfermera y una neonatóloga. Pregunté cuál de ellas es la neonatóloga, la que estaba a mi izquierda observando a Vera me respondió que ella. Le consulté si la veía bien, me confirmó que sí y que se iba a ir asistir otro nacimiento mientras nosotros disfrutábamos de ese momento. La amé.

Así fue nuestro primer encuentro con Vera fuera de mi panza que duró alrededor de dos horas. Pude sentir su cordón latiendo, que esperaron varios minutos para cortar. Estuvo todo el tiempo sobre mi pecho mientras alumbraba la placenta (que Juan Pablo me ofreció sacar también con mis propias manos) y me cocía un pequeño desgarro. Esas horas sagradas con las que tanto habíamos soñado y que habíamos pedido que se nos respetaran en el plan de parto y nacimiento que habíamos presentado al equipo de neonatología, nos fueron concedidas. Nadie se la llevó, no la bañaron, ni la pesaron, ni la midieron.

Ahí estuvimos ella, su papá y yo mirándonos maravillados. Le ofrecí la teta y se prendió enseguida. Las enfermeras se sorprendieron al ver con la vitalidad que succionaba. Me acuerdo que pensé: es cierto que la primera hora de vida es el mejor momento para el inicio de la lactancia materna. A las dos horas volvió la neonatóloga, después supe que se llama Karina Cabanas (la mejor neonatóloga que nos podría haber tocado de guardia) y nos pide permiso para pesarla, medirla y ponerle las gotitas en los ojos. Habían llevado la balanza a la sala de parto, por lo que en ningún momento se la llevaron a nuestra hija a otro lugar. Todo se hizo en presencia nuestra, de la misma manera que las vacunas y otros controles los hicieron horas más tarde dentro nuestra habitación.

Tuvimos un parto y un nacimiento hermoso, amoroso, respetado, sin intervenciones innecesarias, sin violencia y sobre todo, nos sentimos protagonistas; fuimos escuchados y nuestros deseos tenidos en cuenta. Agradezco infinitamente toda la información recibida en estos años, a mi red de sostén, a las mujeres que me han brindado su saber, a las que anónimamente han ofrecido sus relatos y a los profesionales que nos acompañaron en este viaje.

Se puede parir vaginalmente después de cesárea, sólo es necesario encontrar un equipo que esté convencido de lo mismo que nosotras. Los profesionales pueden ser respetuosos aún en las instituciones y a pesar de los protocolos. Que no nos hagan creer lo contrario. Nosotras parimos, el parto es nuestro.


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